martes, 30 de mayo de 2017

Escribir para olvidar a un amor y sobre todo, para no olvidarlo

   Por Jorge Sandoval 

Calvin (Paul Dano) escribe y piensa. Extraña y deja de escribir porque abunda en soledad de habitaciones solas. Sus pensamientos son acompañados de miedo a causa de inspiraciones no inocuas al paso de las hojas.
Calvin extraña a un antiguo amor y desea cada día el no haberla dejado. Entre remordimientos y  sueños materializa sus deseos en otra mujer, casi como en Ojos de Perro Azul de García Márquez, a no ser porque en tal cuento, el personaje no recordaba los sueños. Calvin sí. Es así como conoce así a la pelirroja sin nombre. Despierta y la materializa casi mágicamente. Su aparición onírica se presenta en casa como Ruby Sparks (Zoe Kazan). La comedia comienza; el drama se avecina.
Se ha mutilado al acto de crear con palabras porque existe la creencia inaudita que cualquiera puede hacerlo, pero no. Y no se trata nada más de inspiración o de formularios adecuados a momentos y estaciones. Para escribir se requiere de un acompañamiento; de musicalidad interna para sentir el movimiento de esa pluma de sal entre tinta y llanto contenido. Escribir es la danza de las manos por sobre el teclado de la computadora; los acordes inventados al golpear la máquina antigua. No es raro entonces que las revelaciones divinas se asocien a la venida suave de palabras que terminarán por ser impresas en libros y mente.
Al ritmo de "Odette Toulemonde" de Eric-Emmanuel Schmitt y con referencias al cine francés de comedia sutil, el escritor (ser de rutinas y manías sin televisión) se enfrenta a una crisis, en este caso de ego. Calvin al darse cuenta de su creación se vuelve en el ser omnipotente que tiene miedo a estar solo de nuevo. Ella está con él y lo ama. Así se ha decidido en el nuevo libro.  La situación casi perfecta se oscurece con la inevitable intranquilidad que poseen los enunciados imperativos disfrazados de afirmativos sobre ese papel que bien pudiese ser la arena milagrosa en donde se escriben con amor todos los deseos.

En este caso quizá lo único real para el protagonista es que omite a propósito la mención de la Desiderata y con esto abusa del poder que da el dominar a Ruby en pos de la tranquilidad propia, en ese mundo de una casa en donde no tenía decisión ni sobre el perro. 
El lugar común representado por su hermano, sobre los conceptos de mujeres sordas e intransigentes, queda en el olvido al ver que Ruby es movida como marioneta en un escenario de mucha luz, agua, buena vida y  clima perfecto. El amor es el viaje de ida sin querer hacer la vuelta por miedo a que se vaya. 

Ruby Sparks existe así como álter ego, como amor propio, como deseo incumplido. Ruby Sparks es el amor que invade sobre el campo del amor que no se ha ido, que permanece. Ruby Sparks es lo que fue y lo que tal vez será.

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